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un estudio sobre adán coprovich

el libro

el libro

Un poema como este solicita la excepcionalidad de una introducción, y así lo haré[i], porque lo realmente maravilloso y sorprendente es el compendio de poemas, la obra magna de El Libro. El Libro (Al-Kitâb en árabe) es titulado así por Adonis, en evidente referencia a la escritura sacra (la Biblia o el Corán), revelada. El subtítulo añadido (El ayer, el lugar, el ahora) confiere a El Libro una dimensión temporal y espacial deliberadamente amplia y ambigua, entre la historia y la actualidad, que se ajusta a ese recurso literario, tantas veces utilizado, del autor que simula ser comentarista o anotador de un manuscrito hallado por azar. Un manuscrito atribuido en este caso a un poeta, Al-Mutanabbi, que vivió en el siglo IV de la Hégira –o en el siglo X, si se prefiere el cómputo de la Era Cristiana-.

Un estupendo ejemplo de obra de construcción posmoderna, pero que aspira a la totalidad, que indaga su origen en la atemporalidad de unos núcleos poemáticos engarzados sin cesar, en acusado contraste con el tiempo histórico de anécdotas y crónicas reales o fingidas, apuntes dramáticos, glosas poéticas y antologías simuladas, discursos surrealistas controlados para entreverar pasado y presente en la crítica textual de una realidad huidiza y confusa.

Una ilustración, quizás, de este intento de Adonis, podría encontrarse en unas observaciones de Vila-Matas sobre Pessoa y Mallarmé –cuyas coordenadas culturales serían sólo en apariencia distintas a las del poeta libanés- vertidas en una obra reciente (antinovela, falso diario, ensayo truncado de teoría y crítica literarias):

A este diario que firma Soares, Pessoa lo tituló El libro del desasosiego. El proyecto global de su obra, misterioso e irrealizable –como si hubiera buscado disolverse en el tejido de su propia autoficción interminable-, lo llamó precisamente El Libro (del desasosiego), pensando tal vez en ese texto mítico que anheló toda su vida Mallarmé, Le Livre, un volumen imposible y cuya resolución probablemente deba resignarse siempre a encontrar –aunque lo intenten otros les pasará lo mismo- en el mismo proyecto, un proyecto que contiene en germen la descomposición de los géneros literarios.[ii]

La estructura de la obra es compleja. Dividida en diez capítulos, los siete primeros siguen una secuencia idéntica: veintiocho poemas en el centro de cada página, a los que se añade una breve coda señalada mediante asterisco. Estos versos esbozan, fingen la “autobiografía” íntima de Al-Mutanabbi en la primera treintena de su vida, y se detienen en vísperas del encuentro del poeta con el gran Saif Al-Daula, emir de Alepo, de quien llegaría a ser cantor áulico.

En el margen izquierdo de la página (el derecho en el original árabe) se desgrana el rosario interminable de los hechos históricos, políticos, que jalonan durante más de una centuria la expansión y consolidación del Estado árabe islámico, con la muerte de Mahoma y la designación de Abu Bakr como primer califa del Islam. Los sucesos son seleccionados y relatados por un cantor o rapsoda, en una prosa escueta y eficaz, y en un verso duro e incisivo. En el margen derecho, sin embargo, se datan los hechos en una cronología ahora explícita o se anotan breves caracterizaciones de los personajes mencionados en el margen izquierdo.

Con estos materiales, con este texto múltiple no se agota El Libro. Adonis añade unas “Notas Marginales” con cincuenta y siete poemas dedicados a poetas árabes clásicos, unas “Anotaciones musicales”, unas “Hojas sueltas” y, finalmente (como buen posmoderno) unas “Variantes de las páginas precedentes”. En fin, un sugerentísimo laberinto, una obra magna, total, desafiante, con múltiples caminos de lectura, para un universo siempre cambiante, movedizo, donde se mezcla la simbología sufí, la peculiar codificación mística del lenguaje, para dar con una poética precisa y transparente. De todo esto, claro, sólo puedo traer a continuación una ínfima muestra. Disfruten.

 

<No suele el rapsoda

relatar sus penas. El rapsoda

es una hoja de papel que habla>,

balbució el rapsoda.

 

Y siguió narrando:

-Di: Es el Califa,

el Comandante y Príncipe

de los Creyentes.

- No saldrá de mis labios

una afirmación tan repugnante.

- Prendedlo y ejecutadlo.

 

Ah, este brillo revelado.

Ah, esta lividez hundida en los estratos del crepúsculo.

¡Ay, esta imagen mía!

 

Adornan los cielos sus calzones

con brocado de viento y nubes

y salmodia la mañana un cántico a las aves migratorias.

Mi imagen, mi retrato,

torre de delgada luz

dominada por el vértigo

que en la noche asciende.

Mi imagen, mi retrato.

 

Diálogo entre Mugira Ben Cháaba,

gobernador de Cufa nombrado por

Muáwiya, y el cufí Muín Ben

Abdalah Al-Muháribi. Año 42

de la Hégira.

* Cuando la verdad en nosotros resplandece,

sólo hablamos en metáfora.



[i] De la mano de la introducción que hace Federico Arbós para Ediciones del Oriente y del Mediterráneo.

[ii] Enrique Vila-Matas, El mal de Montano, Barcelona, Anagrama, 2002, pág. 182.

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